Adquisición de competencias de la Animación Sociocultural en los Cursos de Monitor/a de Tiempo Libre

Comparto esta información que me ha llegado:

Marta Pérez, Educadora social de formación y actualmente trabajando como Profesora de secundaria de Servicios a la Comunidad. Está realizando el Máster de Intervención Educativa en Contextos Sociales en la UNED y para su Trabajo Final de Máster está realizando una investigación que consiste en conocer el grado de adquisición de las competencias de la Animación Sociocultural en los cursos de monitor/a de tiempo libre, desde el punto de vista del alumnado.

Requisito: Haber realizado el curso de Monitor/a de Tiemplo Libre (MTL) en los últimos 5 años.

El cuestionario trata de valorar los conocimientos y competencias propios de la Animación Sociocultural (ASC) que se adquieren al realizar el Curso de Monitora de Tiempo Libre.  No en otro tipo de enseñanzas, por lo tanto debes ceñirte a los aprendizajes que obtuviste al finalizar ese curso.

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El referente de lo cotidiano

Repasando para impartir el curso de monitor/a de tiempo libre con el que estoy actualmente, me encontré con un artículo de Rafael Mendia (en su web tenéis muchos más artículos, guías y contenidos interesantes) del que releí con ganas el apartado «El referente de lo cotidiano».

La educación en el tiempo libre juega un papel crucial como referente en la educación cotidiana, ya que complementa y enriquece el proceso educativo formal que ocurre en la escuela o en otros entornos (Aprendizaje experiencial, desarrollo de habilidades blandas o el fomento de la autonomía y la responsabilidad)

A continuación os dejo esa parte del artículo

El referente de lo cotidiano

Uno de los avances más significativos en la reflexión sobre la pedagogía del tiempo libre es la valoración que se hace de la vida cotidiana. La vida cotidiana como motivo de la vida del grupo, como contenido. El trabajo en la cotidianeidad como camino hacia la autonomía. Superadas las posibilidades de sorprender de las novedades que el educador prepara para el grupo de educandos, se llega inevitablemente a descubrir la vida de todos los días, como objetos de desarrollo personal y social. Lo cotidiano como marco o escenario de la educación en el tiempo libre.

Las primeras aportaciones educativas, haciendo relevante lo cotidiano como escenario de educación en el tiempo libre, las realizan Franch, J., y Martinell, A. (1985), al realizar reflexiones de gran interés en cuanto a la vida cotidiana como ámbito educativo.

Señalan dichos autores que «será bueno recordar que los procesos de estructuración del ego, desde el nacimiento hasta los seis años, son realizados fundamentalmente a través de una relación intensa con el núcleo familiar—un núcleo reducido y muy impregnado de significación afectiva—, y, sobre todo, utilizando casi únicamente aquello que ocurre cada día, lo cotidiano. ¿Es necesario decir que éstos son los procesos que tienen mayor trascendencia en el desarrollo posterior de los niños y niñas?».

«En el marco de la educación del ocio, si se plantea la utilización de la cotidianeidad con una finalidad educativa, se puede aspirar a hacer una contribución esencial a la estructuración de la personalidad de los niños o muchachos y a ayudarles a caminar en dirección a un progreso sustancial de su autonomía personal. »

Los autores citados indican que no inventan nada nuevo, ni descubren ninguna metodología que no haya sido insinuada ya antes; diversos autores de nuestro siglo, aunque quizá no lo hayan planteado abiertamente, insinúan las posibilidades de una utilización de la cotidianeidad como elemento básico e imprescindible en su experiencia. Reflexiones de este estilo pueden encontrarse sobre todo en escritos de la doctora Montesori, Makarenko, Freinet, Neill, etcétera.

Los principios básicos que permiten construir esta perspectiva son los siguientes:

  1. Los niños y niñas tienen unas necesidades.
  2. Los niños estructuran su personalidad en la medida que dan respuestas personales a las situaciones que viven.
  3. Los niños adquieren autonomía.

Soportándose en los dos aspectos anteriores y a medida que éstos se producen, los niños devienen más autónomos, subrayándose que es necesario que se dé la posibilidad de hallar la respuesta a la satisfacción de las propias necesidades y a la existencia de marcos de relación que permitan las estructuración de la personalidad para que este camino hacia la autonomía pueda producirse.

Cuando un niño o niña se siente seguro de sí mismo esta más predispuesto a ensanchar su experiencia más allá de los límites conocidos, a explorar lo desconocido, a aceptar el riesgo del cambio, a modificar sus percepción de la realidad y sus formas de actuar. En condiciones favorables, los niños se vuelven capaces de:

  • Aprender de su propia experiencia, más que de las directrices o de las orientaciones que reciben de los adultos.
  • Descubrir nuevos terrenos de experiencia, superando los que ya conocen porque se han encontrado inmersos en ellos sin que les hayan pedido su opinión.
  • Construir formas de relación en la que están presentes de una forma mucho más personal: escribiendo las cosas y las relaciones con unos esquemas propios de interpretación y respondiendo a los demás y a las situaciones con una perspectiva cada día más diferenciada del conjunto.

Resumiendo, si los chicos y chicas pueden llegar a dominar el conjunto de los elementos que configuran su vida cotidiana y las reglas que la regulan, estarán en disposición de producir criterios de interpretación, de acción y de intervención en la construcción y modificación de las realidades que viven.

Esta elaboración de la propia autonomía, de los criterios de discernimiento, de pautas de actuación, de independencia frente a las situaciones más diversas, les hace capaces de plantar más sólidamente sus pies en la realidad, de extraer de ella mayor partido, de actuar de forma progresivamente más madura y si acaece, de impulsar el cambio.

Fuente: Extracto del artículo: PRINCIPIOS PEDAGOGICOS DEL TIEMPO LIBRE.  CORRIENTES DE PENSAMIENTO. Rafael Mendía. INFANCIA Y SOCIEDAD. 1991. Nº 8. Marzo-Abril. Paginas 33-50.

Distinción entre tiempo libre y ocio

De las primeras sesión y una de las más esenciales cuando formamos a monitorado de tiempo libre, para mi, es que entiendan, distingan e interioricen en el ámbito de trabajo (educativo) y para ello deben saber en qué marco de tiempo educamos (en el tiempo libre) y cómo (con el ocio)

Para mi esta es la base de comenzar el proceso de formación de un monitor o monitora. Romper con la idea de «entretener» (algo que suelen pensar es el máximo objetivo del monitorado), para hacer el «mono» no hace falta formarse, con desparpajo y jeta, tiras.

Para arrancar, lo primero que debemos hacer es aclarar los conceptos de “Tiempo libre” y “Ocio”, yo suelo pedir que hagan una «lluvia de ideas», en el que cada persona del grupo dirá unas palabras o frases que le vengan a la cabeza cuando piensa en esos dos conceptos.

Suelen atascarse, así que propongo que primero hagamos propuestas para «Tiempo Libre» y luego para «Ocio». En la mayoría de ocasiones se dicen las mismas palabras para ambos conceptos. Aquí empiezan a ver que algo no cuadra o que falta profundizar en el tema… (ay, que bueno ye pensar..

Invito a que le den vueltas y por subgrupos trabajen en una definición en base a las ideas propuestas con anterioridad. En este punto sale de todo: la misma definición para ambos, diferencian por el nivel de intensidad de la actividad, que todo es ocio, etc.

Una vez escuchadas sus definiciones, rescato los puntos correctos y ya paso a explicar el contenido, o sea, doy la teoría.

Y eso es precisamente lo que aquí os traigo, la teoría para poder diferencias entre «Tiempo libre» y «Ocio» recogida de apuntes, charlas, formaciones que he recibido y también que he impartido.

Las diferencias entre «Tiempo Libre» y «Ocio»

El tiempo libre se va a definir en relación con otros tiempos que regulan y condicionan la vida humana: el tiempo de trabajo, el tiempo de descanso, el tiempo para otras obligaciones…

Una distinción clásica recoge por un lado el tiempo de trabajo (que será un tiempo obligatorio, que incluye tanto el horario laboral como otras tareas derivadas del propio trabajo – estudio, cursos, segunda ocupación… -) y por otro lado el tiempo de no trabajo. Pero ese tiempo de no trabajo no se puede considerar tiempo libre, porque en él se satisfacen necesidades humanas primarias (higiene, alimentación, sueño…) y se atienden diversos compromisos sociales (familia, amigos, compromiso en organizaciones…). Así pues, el tiempo libre sería el que nos quedara después de restar todo lo anterior, y ese tiempo libre incluiría tanto el tiempo sin obligaciones (dedicado al descanso, el relax) como el tiempo de ocio (más caracterizado por la actividad, normalmente buscada por la persona con un sentido de autorrealización o disfrute).

Este esquema lo podríamos resumir en el siguiente cuadro (Llull Peñalba, 1999):

Según esta concepción, el tiempo libre quedaría definido en este enunciado de Weber (1969): “el conjunto de períodos de tiempo e la vida de un individuo en los que la persona se siente libre de determinaciones extrínsecas, quedando con ello libre para emplear con un sentido de realización personal tales momentos, de forma que le resulte posible llevar una vida verdaderamente humana”.

Pero este concepto de tiempo libre empieza a hacer aguas cuando aparece en escena un fenómeno que se hace más angustioso en nuestro tiempo que en ningún otro: el desempleo. La persona que no tiene trabajo, ¿no tiene tiempo libre? Y del mismo modo, un anciano, o un enfermo, o un ama de casa. En teoría, al no tener un tiempo ocupado por el trabajo no tendría sentido la distinción de un tiempo liberado: realmente todo su tiempo sería tiempo liberado. Se hace preciso entonces delimitar el tiempo libre de un modo más preciso, no ligando su diferenciación de otros tiempos al trabajo.

Por otro lado, tiempo libre y ocio no son sinónimos, de modo que convendría establecer más claramente la diferencia entre ambos términos.     

La idea de ocio se suele asociar, tanto desde el saber popular como del especializado, al concepto de tiempo libre. Sin embargo, dicha asociación no significa lo mismo en uno y otro tipo de conocimiento. Mientras que popularmente ambos conceptos se suelen identificar, llegándose a usar indistintamente, desde la pedagogía del ocio se tiende a matizarlos, diferenciándolos uno del otro aun manteniendo su estrecha relación.

Esta diferenciación, sin embargo, no es del todo unívoca entre los teóricos y los educadores del tiempo libre. Por ello, la primera constatación que hemos de hacer al referirnos a estos dos conceptos se ha de centrar en su ambigüedad y, consiguientemente, en su uso impreciso y has contradictorio en ocasiones. En base a esta indeterminación conceptual que se refleja tanto en la reflexión sobre el ocio como en su vivencia cotidiana, podemos constatar diferentes usos de los términos ocio y tiempo libre:

  • Como «sinónimos» (que no lo son): identificando o unificando la idea del ocio a la del tiempo libre y usándolos, por tanto, indistinta o conjuntamente. Este tratamiento viene a ser el que se le da al tema desde el saber y uso cotidiano.
  • Como antónimos: cuando el concepto de ocio se opone al de tiempo libre, o viceversa, en función de la valoración positiva o negativa que se haga a cada uno de los términos. Encontramos esta segunda aceptación entre los diferentes autores y las diversas sentencias que se han venido reflejando sobre el sentido del ocio y del tiempo libre a lo largo de la historia.
  • Como significados diferentes: en este caso, al ocio y el tiempo libre no se les atribuye significados ni idénticos ni contrarios, sino diferentes. Esta postura es la que más se acerca a la mantenida dentro de la cultura del ocio. Por ello, la definición que adoptaremos nosotros al respecto, hemos de ubicarla dentro de esta tercera perspectiva. Según ésta, proponemos diferenciar el tiempo libre del ocio, manteniendo, sin embargo, entre ambos una relación similar a la que mantiene el continente respecto a su contenido. De este modo, entendemos por tiempo libre el marco formal en el que se puede desarrollar el ocio, materia o contenido con el que, a su vez, se ocupa y da sentido al tiempo libre.

En este sentido, podemos afirmar que el ocio es un tiempo libre aprovechado u ocupado. Ahora bien, aprovechado ¿para qué? El ocio desde una perspectiva educativa no admite cualquier clase de ocupación, ni cualquier clase de finalidad.

Dumazedier, en 1971, daba la siguiente definición de ocio: “El ocio es un conjunto de ocupaciones a las que el individuo puede entregarse de manera completamente voluntaria tras haberse liberado de sus obligaciones profesionales, familiares y sociales, para descansar, para divertirse, para desarrollar su información o su formación desinteresada, o para participar voluntariamente en la vida social de su comunidad”.

El ocio va a estar caracterizado por diferentes notas (Cuenca Cabeza, 1995; Llull  Peñalba, 1999):

  • Disponibilidad de tiempo libre
  • Actitud personal
  • Conjunto de ocupaciones condensadas en las tres “D”: descanso, diversión y desarrollo
  • Componente lúdico
  • Dimensión medioambiental, dentro del contexto territorial y ecológico
  • Desarrollo creativo, que posibilita la autoformación y el entrenamiento de destrezas y habilidades
  • Dimensión festiva o vivencia del ocio junto a la comunidad
  • Carácter solidario del ocio, que promueve la necesidad humana de abrirse, comunicarse y entregarse a los demás

Pero claro, dichas notas son las que se dan en los ocios activos, creativos, que exigen una implicación de la persona, una actitud particular; los ocios pasivos, consumistas… no van a cubrir alguna o ninguna de esas notas. Así se puede establecer también una clasificación de niveles de aprovechamiento del ocio para la persona (López Andrada y otros, 1982):

En la medida en que las actividades que se desarrollan vayan caracterizándose por ser más enriquecedoras para la persona se irá subiendo en ese esquema. El descanso, calma, contemplación… (Que no tienen nada que ver con el ocio estéril de “pasar el rato”) marcará el punto medio de ese aprovechamiento. Por encima tendremos ocios enriquecedores, y por debajo niveles inferiores del ocio que se pueden definir como ociosidad, caracterizados por la apatía, la inactividad, la frustración y el mero consumo de productos y servicios de ocio.

Ese mayor o menor aprovechamiento del ocio va a pasar por la actitud del individuo al enfrentarse a su tiempo libre. Según Trilla (1993) esta actitud se desarrolla en torno a tres ejes principales:

  • Autonomía: Libertad de elección (o su percepción, al menos) sobre lo que se va a hacer en el tiempo libre.
  • Autotelismo: La actividad de ocio tiene un fin en sí misma, y no busca obtener más que el simple deleite de realizarla.
  • Vivencia placentera: El ocio debe ser satisfactorio y gratificante.

En función de esos ejes, el mismo Trilla define el ocio como: “una forma de utilizar el tiempo libre mediante una ocupación autotélica y autónomamente elegida y realizada, cuyo desarrollo resulta placentero al individuo”.

Esta concepción del ocio, sin embargo, no ha sido constante a lo largo de la historia (Llull Peñalba, 1999). Es más, podemos considerar que es uno de los avances de nuestra civilización, pues durante siglos el ocio estaba reservado a las élites (así era en Grecia, donde el ideal de ocio de los ciudadanos se mantenía a costa de una sociedad estratificada y esclavista; o en Roma, fiestas y lujos y un ocio público de carácter consumista y “amortiguador” de conflictos – el famoso panem et circenses -; durante el Renacimiento revive el arte, la sensibilidad y el gusto por el ocio – pero para los poderosos -; en el Barroco se vive una doble moral – con un ocio libertino caracterizado en Sade, Casanova o Chordelos Laclos) o estaba ligado a lo religioso y lo folclórico (Edad Media – fiestas religiosas, Carnavales, teatro en las calles como continuación del teatro sacro -).

Serán las conquistas obreras las que consigan continuas mejoras en el tiempo libre para los ciudadanos: menos horas de trabajo, aumento de salarios, vacaciones pagadas… Pero hasta 1948, con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre no se consagra el derecho al tiempo libre y al ocio: “Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas (art. 24)”.

Así, en nuestra sociedad actual, vamos a distinguir tres concepciones del ocio (Cuenca Cabeza, 1998):

  • El ocio como autorrealización: Se entiende el ocio como un ejercicio de libertad y autodesarrollo personal y comunitario, un proceso dinámico de perfeccionamiento, de mejora, de adquisición de habilidades…
  • El ocio como derecho: Se entiende el ocio como un derecho inalienable, y que se explicita reconociendo el derecho de los ciudadanos a la cultura, al deporte, al turismo… Derecho que ni siquiera en nuestra sociedad es efectivo: véase por ejemplo las personas discapacitadas.
  • El ocio como calidad de vida: Se entiende el ocio como un requisito indispensable para garantizar la calidad de vida de las personas, que reporta indudables beneficios directos (satisfacción de la necesidad de ocio, prevención de enfermedades, mantenimiento de la forma física y mental…) e indirectos (corrige y equilibra otros desajustes y carencias personales y sociales).

Las tres son acertadas; es más, como realmente puede definirse el ocio y adquirir todo su sentido positivo y enriquecedor es teniendo en cuenta esas tres corrientes o concepciones. Una perspectiva integradora del ocio lo podría entender del siguiente modo:el ocio es un derecho que deben disfrutar todos los seres humanos, independientemente de su  raza, color, creencias o condición social, porque tiene indudables consecuencias sobre el ejercicio de la propia libertad y la capacidad de autorrealización de las personas, grupos y comunidades, siendo un elemento a la vez garante e indicador de la calidad de vida”.