La montaña

El ejercicio aquí expuesto es un símil aplicable a cualquier problema de carácter social. Para buscar soluciones a este tipo de problemas siempre debe tenerse en cuenta al entorno social afectado, por tanto lo recomendable es la búsqueda conjunta de soluciones, donde todos puedan sentirse implicados, comprendan el alcance del problema y entiendan la necesidad de un cambio social en el enfoque del mismo. 

No existe una respuesta única, ni mejor, las estrategias ni son únicas ni excluyentes entre si, deben combinarse aquellas que se crean más convenientes y ajustarse a objetivos claros, bien definidos, que permitan realizar una evaluación continua que aporte las mejoras necesarias. Además éstas se deben de ir modificando conforme vayan apareciendo nuevas variables. Por tanto todas las respuestas pueden ser válidas siempre que se ajusten a las necesidades.

Aquí os exponemos una respuesta general donde mayoritariamente os podréis sentir identificados.

El primer paso, es entregar al grupo el texto «la montaña» para que lo lean, después se les pedirá que reflexionen sobre las diversas cuestiones.

1.- Analizar las estrategias que se han ido utilizando. ¿En que han fallado y por qué?. ¿Qué aspectos no se han tenido en cuenta?
Las estrategias utilizadas en orden cronológico son la prohibición, la reducción de riesgos y la educación en el miedo. No se educa en que cada persona conozca todas las consecuencias tanto positivas como negativas de la actividad con el objetivo de que sea consciente de lo que le puede aportar la misma y así elegir libremente su opción, se le prohíbe, se le cura o se le informa de la parte negativa.
2.- Ahora sois vosotr@s el equipo técnico contratado por el Ayuntamiento para resolver la solución. Proponer soluciones.
Evaluación de necesidades.
¿Qué problema tratamos de prevenir? ¿Se trata de un problema real, o es un falso problema creado artificialmente? ¿A quién afecta? ¿Cómo ha evolucionado en el tiempo? ¿Qué dinámicas regulan su funcionamiento?

Se trata de evitar la práctica arriesgada de una actividad que incluso llega a costar la vida.

Indudablemente existe una serie de hechos objetivos, reales, se producen subidas a la montaña y esto desencadena una serie de accidentes, por lo que afecta a todos los vecinos del pueblo y sus visitantes.

No obstante la gravedad de los hechos supone un problema artificial de percepción, puesto que dependiendo de la persona que valore el tema podrá apreciarlo desde un prisma diferente.

Pasa de ser una tradición del pueblo y un elemento integrador social del mismo, compartido por generaciones de las familias, a ser un problema político, sanitario y educativo y familiar.
§  Determinación de la población diana.
¿Cuál es el colectivo social en el que queremos influir con nuestra actuación? ¿Cuáles son las características básicas de este colectivo?

La actuación se debe de dirigir a la población general: se trata de que toda la sociedad entienda que el problema no es la montaña, sino el uso indebido que se hace de ella, sin unas pautas seguras que debieran haberse utilizado e instaurado desde los/las primeros/as escaladores/as para evitar situaciones de alto riesgo.

Las características de la sociedad en general pueden resumirse en que durante todo el ciclo vital de desarrollo evolutivo del individuo hay situaciones de riesgo o crisis inevitables y los problemas sociales pueden mostrarse como un aprendizaje social en una situación social, vinculado con la propia dinámica cultural, donde las características de cada individuo y las del “problema” determinan la interacción que consolida ese aprendizaje social.
Definición de objetivos.
¿Cuál es le objetivo general de nuestra actuación? ¿Cuáles son los objetivos específicos en los que se desglosa el objetivo general? ¿Cuáles son los indicadores que señalan que estamos alcanzando esos objetivos? ¿Cuándo podremos considerar nuestra actuación exitosa?

El objetivo general es comprender el alcance del problema y lograr el compromiso de todos los estratos sociales para desmontar estereotipos sociales y objetivar el dramatismo existente en torno al mismo, educar para la vida y la promoción de unas personas y grupos sociales más libres, más seguros ante los problemas sociales.

Los objetivos específicos pasan por trabajar desde los ámbitos escolar, familiar, asociativo, comunitario, etc, ámbitos de socialización para el individuo desde edades tempranas. Se trata de una acción sobre los factores personales, interpersonales y los culturales/sociales con el fin de potenciar las características personales que permitan una adaptación y/o modificación según las necesidades de cada uno. Intervenir en todos los niveles, desde el personal hasta el macrosocial, para incrementar los factores protectores y minimizar los factores de riesgo buscando comportamientos alternativos.
  • Dotar a las personas de herramientas de análisis (definición de problemas, capacidad de abstracción, capacidad de anticipación de consecuencias) y estrategias de resolución de conflictos.
  • Educar respecto a los efectos, consecuencias y conductas de riesgo.
  • Reducir daños y/o minimizar riesgos para prevenir problemas.
  • Promover las habilidades y conocimientos necesarios para facilitar la comunicación dentro de cada entorno (familiar, escolar, laboral, social).
  • Instauración de otras alternativas de ocio y de espacios socializadores.
  • El indicador que muestra que las estrategias son las adecuadas es la disminución del número de accidentes, gravedad de lesiones y muertes.

Adecuación entre objetivos y actividades.
¿Qué actividades utiliza nuestra actuación para propiciar los cambios deseados? ¿Qué evidencia existe respecto la idoneidad y pertinencia de esa estrategia? ¿Cómo incidirá el desarrollo de esas actividades en la consecución de los objetivos?

Se habrán de crear grupos de discusión a fin de buscar una propuesta común de actuación, en la que todas las partes implicadas se sientan escuchadas, comprendidas y formen parte en la respuesta, que ha de ser coordinada y perdurable en el tiempo, además de respaldada por la sociedad a la que se dirige, contemplando sus peculiaridades y sensibilidades.

Se trata de reducir el atractivo y la función instrumental informando sobre sus riesgos, facilitando alternativas de vida y favoreciendo el desarrollo de personas y colectivos menos frágiles, más seguros, libres y autónomos. Se deben impulsar estrategias  explícitas (acciones formativas e informativas) y transversales (potenciación de hábitos de vida, valores y actitudes propias de una actitud sana y madura.

Al ser una solución convenida por todos los implicados se contempla, analiza y da respuesta a las dudas surgidas de cada estamento, lo que genera una respuesta sensible y apropiada al entorno, necesidades y cultura de esa sociedad.

Se establecerá un proceso educativo que deberá ser perdurable en el tiempo para que de manera paulatina se cree una conciencia social común de protección de la salud, que reportará beneficios en el proceso de desarrollo continuo de cada persona a nivel físico, psíquico y social.

La idoneidad tiene que quedar avalada por una evaluación de resultados que confirmen la consecución de los objetivos.
Dotación de medios.
¿Qué recursos materiales necesitamos para desarrollar nuestras actividades? ¿Cuáles son los recursos humanos necesarios? ¿Cuáles son los recursos económicos que necesitaremos? ¿Cuáles son las fuentes de las que obtendremos los distintos recursos?

Surge la necesidad de espacios donde poder desarrollar todas las actividades propuestas (grupos de discusión, grupos de trabajo, oferta formativa y de ocio), materiales de oficina para la organización de todas las estrategias.

El total del tejido social sería el recurso humano ideal, hasta alcanzar ese objetivo haría falta un equipo técnico que coordinase todas las acciones y a las personas que las desarrollan, activando de esta manera.
Un problema social debe estar en disposición de solicitar recursos a su Estado, comunidad autónoma y ayuntamiento, además de contar con las diferentes obras sociales de las fundaciones.
Distribución de tareas y tiempos.
¿Quién hará qué para la puesta en marcha de las distintas actividades? ¿Cómo van a participar los propios destinatarios de nuestra actuación? ¿Cuándo se realizarán las diversas actividades?
El equipo técnico será el encargado de la puesta en marcha de los procesos, actuando en muchos momentos como vínculo de comunicación entre las partes implicadas, organizando cada actividad con criterios técnicos objetivos y coordinando al equipo humano que desarrolla las mismas.

Los destinatarios deben tomar parte en todo el proceso, en la búsqueda de soluciones, evaluación de las acciones y participarán en las acciones diseñadas para cada colectivo. Asimismo se deben de buscar canales de  comunicación donde puedan aportar aquello que consideren oportuno.
Diseño de la estrategia de evaluación.
¿La actuación se ha desarrollado de acuerdo a lo previsto? ¿Se han conseguido los resultados previstos? ¿En que medida se han alcanzado el objetivo general planteado inicialmente?
A lo largo de cualquier proceso en el que está implicada tanta gente es necesario realizar una evaluación continua en la que constantemente se revise si el proceso del desarrollo se ajusta a lo diseñado y cuales son los motivos de tener que ir reajustando el planteamiento inicial y las soluciones. Se trata de un proceso de constante mejora. Si a lo largo del proceso  se producen demasiados y sustanciales cambios habremos de pensar que el proyecto no contemplaba todas las variables y/o no se ajustaba a las necesidades de los implicados.
Los indicadores de evaluación son los que determinan el grado de cumplimiento de los objetivos.


La montaña
La verdad es que cuando llegué al “Pueblo de la Gran Montaña”, lo primero que me llamó la atención fue el río, que corría seguro de sí mismo, ágil, chocando frontalmente con los muros de las casas; el tono dorado de la vegetación que rodeaba las tierras oscuras; el aire alegre de la gente.
Por eso aquel cartel me obligó a girar la cabeza buscando con cierta curiosidad un promontorio que fuese digno de tan pomposo adjetivo; pero sólo suaves colinas azules se dejaban ver más allá de las praderas.
Sin embargo, muy pronto, la “Gran Montaña” empezó a ser una realidad que se imponía con una exigencia atosigante.
Todo en el pueblo giraba alrededor de ella. Subir, subir a lo más alto, escalar rocas desafiantes, abrir caminos más difíciles no era sólo una diversión sino sobre todo el baremo social de la estima o la admiración en aquella comunidad.
Aunque hice valer mi derecho a ser paticorta, algo miope, terriblemente patosa y nada amante del ejercicio físico, todos los que me rodeaban consiguieron con sus reproches y sus estímulos que un fin de semana me dispusiese a ir a lo que prometía ser una especie de peregrinación obligatoria dominical.
Las rocas surgían directamente de la tierra en medio de la llanura muerta e inmóvil y sus paredes parecían acantilados de un mar extrañamente silencioso.
Mientras trataba de agarrarme a cuanto estaba a mi alcance, intentaba comprender el hechizo que la Gran Montaña ejercía en chicos y grandes, la necesidad de subir que parecían sentir tan imperiosamente.
Por ello la caída, el golpe, mi pierna astillada, el traslado en camilla al pueblo, fueron vividas por mí como un reforzamiento, esta vez en carne propia, de las preguntas que me inquietaban.
Como siempre pasa en estos casos, una afluencia de noticias referidas a accidentes semejantes al mío, me fueron llegando cual marea.
Mi estupor creció al saber el número tan elevado de sucesos, muchos de ellos mortales y aproveché mi obligado retiro del trabajo en elaborar un informe para el periódico local, confieso que muy melodramático, pero sin duda sincero dado mi ánimo escandalizado.
Nunca me hubiese imaginado, la cara de sorpresa con que me recibió mi vieja vecina.
– ¡Usted sabe el revuelo que ha levantado su artículo! Mi nuera me ha contado que hay un Pleno en el Ayuntamiento para discutirlo.
Cuando llegó Paco, el repartidor de leche, me comentó que en la escuela el profesorado había mandado hacer una encuesta sobre los accidentes al alumnado.
Realmente era sorprendente que una situación vivida siempre como normal se hubiese planteado en la mente de todos y todas como urgente a resolver. Y  así fue. El Ayuntamiento se reunió y decidieron, como suele ser habitual, que el mejor remedio sería prohibir el acceso a la Gran Montaña: guardias, una valla, carteles que servirían de disuasión a la ciudadanía. Esta decisión llenó de satisfacción a las familias y amistades de las personas accidentadas más graves, que llevaban tiempo pensando y pidiendo que una medida así fuera tomada para evitar que otras personas sufrieran su misma triste situación.
Durante mucho tiempo, el pueblo de la Gran Montaña se alejó de mí.
La carta que recibí una fría mañana de febrero no contenía apenas noticias interesantes y a punto estuve de tirarla al cesto de los papeles si no es porque una postdata escrita en tinta roja me llamó la atención.
No fuiste tú la última accidentada en nuestro pueblo; para consternación del Ayuntamiento, la gente ha seguido subiendo saltándose todo tipo de prohibiciones”.
La realidad fue que muchas personas, especialmente las más jóvenes, hicieron caso omiso de la prohibición. Habían subido cientos, miles de veces y nunca habían tenido problemas. Es más, consideraban injusto y exagerado privar de la única diversión del pueblo a mucha gente del vecindario que eran expertos montañeros y montañeras y deseaban seguir disfrutando de su Montaña.
En una nueva sesión municipal para hablar del problema, fue el médico quien propuso la solución que pareció mejor a la mayoría: “retiraremos la valla y en su lugar estableceremos un puesto de socorro permanente para atender a las personas heridas y accidentadas, así evitaremos males mayores respetando la voluntad de quien  quiera seguir subiendo”.
De nuevo, resonaban en mis oídos los ecos llenos de “alerta”, “cuidado”, “¡no pongas el pie ahí!”, “¡se caen rocas!”. Llegaban a mí acompañados de la sensación, ya intuida en mi única y desgraciada excursión de que el hechizo de la “Gran Montaña” no consistía sólo en ser la única diversión del pueblo sino sobre todo en que plasmaba las ansias que todos y todas tenemos de sentirnos valorados e integrados socialmente.
Lamentablemente, el proyecto del médico tampoco dio un resultado muy satisfactorio. Cuando el hijo del alcalde se fracturó la cadera de una caída se vio la insuficiencia del puesto de socorro. Aunque se curen en él muchos rasguños y magulladuras no se conseguía evitar que siguieran produciéndose accidentes y lo peor fue observar como cada vez más niños, niñas y personas jóvenes tenían como única afición ir a la Montaña.
Esta vez fueron los y las maestras, quienes apoyados por un grupo de padres y madres, plantearon una nueva solución. “Haremos que los niños y las niñas cojan miedo a la Montaña, de ese modo evitaremos que suban a ella sin necesidad de vallas y estaremos haciendo una labor de futuro”. Pronto empezaron a llenarse las clases de fotografías de los cuerpos sin vida de las personas que habían caído por la montaña, se organizaron charlas en las que las personas accidentadas que habían podido sobrevivir hablaban a la juventud de la locura que supone subir a la Montaña y otras acciones por el estilo.
Esta nueva medida fue eficaz durante un tiempo, pero al cabo de unos meses algunos chicos y chicas, quienes peor iban en la escuela, empezaron a acudir de nuevo a la Montaña. La atracción del riesgo era mayor que el miedo que habían intentado meterles. Poco a poco fueron atrayendo a más chicos y chicas y de nuevo los accidentes volvieron a aumentar.
Después de todo aquello, y de tantas vicisitudes, en el pueblo había una gran preocupación y una gran agitación. Algunas personas pedían volver al sistema de la valla, otras pedían que hubiera más puestos de socorro y otras insistían en que quien no supiese escalar, que se quedase en casa. Los ánimos estaban exaltados y finalmente el alcalde tomó una decisión.
Se formó un comité con quienes quisieron aportar ideas y se contrató a una persona encargada de llevar los planes y propuestas que se aprobaran.

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