Regalando felicidad

Regalando felicidad  es una dinámica para hacer con cualquier tipo de grupo que lleve un tiempo  juntos y que ayuda a fortalecer el sentimiento de pertenencia experimentando la retroalimentación positiva.

 

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¿Y lo felices que nos hacía columpiarnos?  Bueno, yo todavía lo hago :O)

 

 

OBJETIVOS

  • Procurar un clima de confianza, autoestima y refuerzo positivo dentro de un grupo pequeño.
  • Experimentar el dar y el recibir retroalimentación positiva de una forma no amenazante.

TAMAÑO DEL GRUPO

De 6 a 10 participantes que hayan estado juntos en un grupo.

TIEMPO REQUERIDO

Aproximadamente cinco minutos por participante y unos treinta minutos para desarrollar el ejercicio.

MATERIAL

Lápices y papel.

LUGAR

Mesas o escritorios (Si no hay disponibles, usar tablas u otra superficie sólida). Los participantes deben estar localizados alrededor del cuarto de modo que tengan un poco de privacidad mientras escriben.

 

DESARROLLO

Distribuimos lápices y papel. Cada participante recibe papel suficiente para escribir un mensaje a cada uno de los otros miembros del grupo.

Explicamos al grupo que  muchas veces la felicidad está en las pequeñas cosas (detalles). Sin embargo, es común que nos preocupemos de no poder hacer cosas grandes por los y las  demás y olvidamos las pequeñas cosas que están llenas de significado. En la dinámica que haremos estaremos dando un pequeño regalo de felicidad a cada uno de los demás.

Invitamos a cada participante a escribir un mensaje a cada una de las demás personas del grupo. Los mensajes deben lograr hacer que la persona se sienta bien al recibirlo.

Recomendaos varios modos de dar retroalimentación positiva de modo que todos puedan encontrar medios de expresión aun para aquellos que no se conocen bien o no se sienten cercanos.

Algunos ejemplos:

Ser concretos. «Me gusta como sonríes a los que van llegando» y no «Me gusta tu actitud».

Escribir un mensaje especial para cada persona y no algo que pueda aplicarse a varios.

Incluir a todxs los participantes, aun cuando no los conozca bien. Escoja aquello a lo que la persona responda positivamente.

Tratar de decirle a cada uno lo que es verdaderamente importante o lo notable de su comportamiento dentro del grupo, porqué le gustaría conocerlos mejor o porqué está contento de estar con él en el grupo.

Hacer su mensaje personal: Usa el nombre de la otra persona, tutéalo y utiliza términos como «Me gusta» o «Siento».

Dile a cada persona qué es lo que de él o ella, le hace un poco más feliz.

Se anima a los y las participantes a que firmen sus mensajes, pero tienen la opción de no hacerlo (luego podríamos jugar a quién creo que me dijo esto a mi…)

Después de terminar todos los mensajes, pedimos que se doblen y se escriba el nombre de la persona destinataria en la parte exterior, y se los hacemos llegar.

 

EVALUACIÓN

Cuando se han entregado y leído todos los mensajes, incluso si alguien quiere compartirlo con el grupo, se pide a los y las participantes digan cuáles los animaron más, aclaren cualquier duda que tengan sobre algún mensaje y que describan los sentimientos que tuvieron durante el ejercicio.

 

Es un ejercicio fácil y que aporta mucho a los grupos, además si por el mismo precio, puedes hacer un poco feliz a otra persona, ¡Vaya chollo! ¿no?

La risa como actitud

Niños y niñas aprenden a través del ejemplo, por lo tanto, es la familia quien les entrega las primeras enseñanzas de vida. Por eso es importante fortalecer la expresión de la sonrisa como manifestación de optimismo y señal de que se disfruta de las cosas cotidianas, de los propios logros, y también como una manera de enfrentar con esperanza las derrotas.

Esa actitud pasa por entregarles mensajes coherentes y una forma de vida que les permita valerse de cosas simples para enfrentar grandes dificultades. Si un infate goza con pequeñas cosas como la luz y los colores de un atardecer, el canto de un pájaro, las gotas de rocío o un arco iris, probablemente durante su adolescencia o madurez encontrará en esos mismos estímulos la protección contra posibles depresiones, o los verá como útiles recursos para superar sus frustraciones.

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También es importante transmitir que la risa ha de practicarse con una actitud de respeto y generosidad, no como una forma de burla de las debilidades ajenas. Resulta muy fácil caer en la tentación de reírnos de los tropiezos ajenos, ya que hemos recibido un buen aprendizaje en la mayoría de películas cómicas donde alguien muy torpe, despistado o desgraciado se convierte en el hazmerreír de todo el mundo.

Pero la risa sana y beneficiosa es la que sale del corazón alegre, de la mente positiva, desde la emoción de la alegría, desde la confianza, desde el amor, desde la ternura por uno mismo y por los demás.

Todo aquello que nos hace reír muestra una buena parte de nuestra personalidad y de cómo reaccionamos frente al entorno a través de nuestras creencias.

La actitud no es más que una forma de pensar y de reaccionar. Los pensamientos, al igual que nuestras creencias, son creados por nosotros mismos, lo que significa que podemos decidir en un momento dado si éstos son positivos o negativos. Dominar los pensamientos nos permitirá escoger nuestra actitud frente a la vida. Pero para conseguirlo hay que estar atento y receptivo hacia lo que uno piensa, tener en cuenta que el primer pensamiento no es siempre el que corresponde con nuestros sentimientos, sino una respuesta automática a creencias pasadas que nos han inculcado, con las que probablemente ya no estamos de acuerdo.

Para tener una actitud positiva que nos permita reír es necesario romper con los pensamientos que nos limitan y abrir nuestra mente para dejar entrar cada día aire nuevo.

 

Extracto del libro “ El taller de la risa. Guía practica para realizar un taller de Risoterapia” de Enric Castellvi

La Isla de las dos caras (cuento)

Estos días, en los ratos libres que me deja el trabajo. estoy preparando una propuesta para un tema de motivación que me han pedido. Y estoy repasando dinámicas y textos que tengo por ahí guardados para inspirarme y a ver qué invento…

Y me he reencontrado con este, «La isla de las dos caras» de Pedro Pablo Sacristán, del que he descubierto (mientras buscaba al autor de la que escribía la entrada, osea hace 5 minutos)  que tiene una web llamada Cuentos para dormir. En ella podéis encontraros varios cuentos, ordenados por los valores que queramos trabajar.

No sé si el texto me ha inspirado para lo que tengo entre manos, pero me ha gustado mucho como la primera vez que lo leí (hace unos meses en un curso). «Como yo soy  de jugármela», y siempre escogería «la caja antes que el apartamiento en Torrevieja» (ya lo entenderéis) os dejo el cuento.

Un cuento que pretende estimular la iniciativa, perder miedos, motivarnos…

La Isla de las dos caras

(Pedro Pablo Sacristán)

La isla de las 2 caras

La tribu de los mokokos vivía en el lado malo de la isla de las dos caras. Los dos lados, separados por un gran acantilado, eran como la noche y el día. El lado bueno estaba regado por ríos y lleno de árboles, flores, pájaros y comida fácil y abundante, mientras que en el lado malo, sin apenas agua ni plantas, se agolpaban las bestias feroces. Los mokokos tenían la desgracia de vivir allí desde siempre, sin que hubiera forma de cruzar. Su vida era dura y difícil: apenas tenían comida y bebida para todos y vivían siempre aterrorizados por las fieras, que periódicamente devoraban a alguno de los miembros de la tribu.

La leyenda contaba que algunos de sus antepasados habían podido cruzar con la única ayuda de una pequeña pértiga, pero hacía tantos años que no crecía un árbol lo suficientemente resistente como para fabricar una pértiga, que pocos mokokos creían que aquello fuera posible, y se habían acostumbrado a su difícil y resignada vida, pasando hambre y soñando con no acabar como cena de alguna bestia hambrienta.

Pero quiso la naturaleza que precisamente junto al borde del acantilado que separaba las dos caras de la isla, creciera un árbol delgaducho pero fuerte con el que pudieron construir dos pértigas. La expectación fue enorme y no hubo dudas al elegir a los afortunados que podrían utilizarlas: el gran jefe y el hechicero.

Pero cuando estos tuvieron la oportunidad de dar el salto, sintieron tanto miedo que no se atrevieron a hacerlo: pensaron que la pértiga podría quebrarse, o que no sería suficientemente larga, o que algo saldría mal durante el salto… y dieron tanta vida a aquellos pensamientos que su miedo les llevó a rendirse. Y cuando se vieron así, pensando que podrían ser objeto de burlas y comentarios, decidieron inventar viejas historias y leyendas de saltos fallidos e intentos fracasados de llegar al otro lado. Y tanto las contaron y las extendieron, que no había mokoko que no supiera de la imprudencia e insensatez que supondría tan siquiera intentar el salto. Y allí se quedaron las pértigas, disponibles para quien quisiera utilizarlas, pero abandonadas por todos, pues tomar una de aquellas pértigas se había convertido, a fuerza de repetirlo, en lo más impropio de un mokoko. Era una traición a los valores de sufrimiento y resistencia que tanto les distinguían.

Pero en aquella tribu surgieron Naru y Ariki, un par de corazones jóvenes que deseaban en su interior una vida diferente y, animados por la fuerza de su amor, decidieron un día utilizar las pértigas. Nadie se lo impidió, pero todos trataron de desanimarlos, convenciéndolos con mil explicaciones de los peligros del salto.

– ¿Y si fuera cierto lo que dicen? – se preguntaba el joven Naru.

– No hagas caso ¿Por qué hablan tanto de un salto que nunca han hecho? Yo también tengo un poco de miedo, pero no parece tan difícil -respondía Ariki, siempre decidida.

– Pero, si sale mal, sería un final terrible – seguía Naru, indeciso.

– Puede que el salto nos salga mal, y puede que no. Pero quedarnos para siempre en este lado de la isla nos saldrá mal seguro ¿Conoces a alguien que no haya muerto devorado por las fieras o por el hambre? Ese también es un final terrible, aunque parezca que aún nos queda lejos.

– Tienes razón, Ariki. Y, si esperásemos mucho, igual no tendríamos las fuerzas para dar este salto… Lo haremos mañana mismo.

Y al día siguiente, Naru y Ariki saltaron a la cara buena de la isla. Mientras recogían las pértigas, mientras tomaban carrerilla, mientras sentían el impulso, el miedo apenas les dejaba respirar. Cuando volaban por los aires, indefensos y sin apoyos, sentían que algo había salido mal y les esperaba una muerte segura. Pero cuando aterrizaron en el otro lado de la isla y se abrazaron felices y alborotados, pensaron que no había sido para tanto.

Y, mientras corrían a descubrir su nueva vida, pudieron escuchar a sus espaldas, como en un coro de voces apagadas:

– Ha sido suerte.

– Yo pensaba hacerlo mañana.

– ¡Qué salto tan malo! Si no llega a ser por la pértiga…

Y comprendieron por qué tan pocos saltaban, porque en la cara mala de la isla sólo se oían las voces resignadas de aquellas personas sin sueños, llenas de miedo y desesperanza, que no saltarían nunca…